Nubeluz: el exitoso programa infantil que terminó envuelto por la tragedia y la dramática muerte de una de sus conductoras

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Nubeluz: el exitoso programa infantil que terminó envuelto por la tragedia y la dramática muerte de una de sus conductoras

Agustina Larrea

“Que siga la fiesta, fiesta todo el día, fuera la tristeza, que venga la alegría”. El ritmo es pegadizo. Dos mujeres sonrientes cantan y bailan, mueven sus cabezas –como si quisieran evocar el gesto que años atrás se había convertido en la marca registrada de la italiana Raffaella Carrá– y sacuden sus peinados rodeadas de decenas de niños. “Que nadie se me ponga triste, ¡recuerden que la risa existe!”, completan y siguen en movimiento. Después, las jóvenes, a quienes todos llaman dalinas, se acercan a un grupo de chicos que espera alrededor de una pileta, una de ellas dice con emoción “¡grántico, pálmani, zum!”, la voz de largada para que comience el juego.

Tres décadas atrás, a mediados de 1990, en una televisión que afrontaba una de sus tantas crisis, en Perú surgió Nubeluz, un programa infantil –más que eso, un encuentro televisado que duraba cuatro horas: los productores siempre prefirieron hablar, justamente, de una “fiesta” para referirse al envío– que con el tiempo se convirtió en un éxito rotundo con recaudaciones millonarias y miles de seguidores en toda América Latina, que además se llegó a ver en diversos países (¡si hasta tuvo una versión en la que se veía a las animadoras dobladas al chino!). Un suceso que, treinta años después, y con la tragedia en la que terminó envuelto el show por la muerte a los 21 años de una de sus conductoras en pleno auge de su carrera, sigue suscitando la atención de sus fans.

FIESTA EN UNA NUBE

Todos coincidían en que las pantallas peruanas necesitaban aire fresco. Había programas infantiles, pero ninguno de gran magnitud. Aunque todavía no había hecho su versión para el mercado hispanoparlante, Xuxa venía asomándose desde Brasil con sus canciones y en algunos países ya empezaban a verla como la referente ineludible del estilo de la época: canciones pegadizas, una conductora joven de impactante belleza física que había trabajado como modelo, atuendos coloridos que incluían minifaldas y botas largas, y un modo muy amable para hablar con los televidentes.

Tal como había ocurrido en la Argentina con El clan de Patsy, el programa animado por Patricia Lage que le compró los derechos a Xuxa para hacer su versión local, en Perú existía El show de July, una versión libre del envío brasileño, que a comienzos de 1990 fue cancelado.

Por entonces, Panamericana Televisión comenzó a pensar en un reemplazo para el ciclo y convocó a un grupo de expertos muy destacado para la época. A la cabeza del proyecto estaba el dramaturgo peruano Alonso Alegría Amézquita –un hombre de gran trayectoria en la dirección teatral, la docencia y la escritura–, quien a la vez llamó para diagramar el programa a un grupo selecto de guionistas y expertos.

El equipo creativo de Nubeluz dio vida a un universo muy particular, que acompañado desde lo visual con colores, el llamativo diseño gráfico de su logo y su particular vocabulario, suscitó la atención de inmediato.

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“Nubeluz” llegó a las pantallas en 1990

Ocurrió que, entre las novedades del ciclo, estaba su lenguaje, que si bien sonaba raro al comienzo, con el tiempo se estableció como un pacto audaz con los televidentes. La cláusula mayor del trato era que Nubeluz no era un mero programa de televisión, sino una fiesta infantil que transcurría en una nube, propiedad del misterioso Glufo, y que duraba cuatro horas (de 8 a 12, los sábados y los domingos).

Glufo había puesto al frente a las dalinas, quienes comandaban el ciclo acompañadas por las cíndelas o amigas más pequeñas de las animadoras, quienes tenían como misión acompañarlas en los bailes y entregar los premios a los niños que participaban de los juegos.

En el curioso escalafón que proponía Nubeluz también estaban los gólmodis, jóvenes bailarines que ayudaban a los participantes y los dicolines, un grupo de niños que integraba el elenco y tenía de vez en cuando alguna participación.

El idioma glúfico incluía un término para los comerciales –los llamaban sóficos y abundaban porque con el tiempo Nubeluz se convirtió en una franquicia muy rendidora desde el punto de vista económico–, para los televidentes –eran los nubetores, quienes seguían el programa desde sus hogares– y para los niños que asistían en vivo al ciclo, los nubecinos. El clásico “¡en sus marcas, listos, ya!” para dar inicio a una competencia, en Nubeluz era “¡grántico, pálmani, zum!”.

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El videoclip de “Papi dejar de fumar”, un clásico de “Nubeluz” (Nubeluz oficial)

Una vez que la emisora aprobó el proyecto, los encargados de la producción comenzaron a buscar a las personas que se pondrían al frente de programa.

En un especial dedicado a Nubeluz del programa peruano El dominical de Panamericana en 2012, Rochi Hernández, una de las productoras destacadas del ciclo infantil, recordó que apenas se convocó al casting llegaron a presentarse más de 200 jóvenes. En su mayoría eran modelos que no superaban los 25 años.

A esas audiciones llegó Mónica Santa María, quien con 17 años deslumbró a todos y con el tiempo se convirtió en una de las dalinas emblemáticas de Nubeluz.

“La más puntual en llegar fue Mónica. La vimos, hicimos la prueba, que consistía en que ella tenía que contar un cuento. Mónica tenía la experiencia de haber hecho comerciales de televisión desde los 6 años. Cuando la vimos en pantalla dije: ‘esta es una de las dalinas. Ahora hay que buscar a la que sigue’”, señaló la productora.

Un mes después, luego de que se presentaran decenas de jóvenes, apareció la otra animadora que completaría la dupla: Almendra Gomelsky, quien por entonces tenía 21 años.

Según contó la propia Gomelsky en una entrevista, ella y Mónica eran amigas y se conocían del mundo del modelaje. Aunque no tenía pensado hacer televisión en ese momento, fue de todas maneras al casting.

“¡Y me escogieron! La verdad es que no sabía en qué me metía. Creo que nadie sabía hasta dónde iba a llegar Nubeluz”, contó Gomelsky en El dominical de Panamericana.

El ciclo arrancó en septiembre y de inmediato fue un éxito. En los comienzos, se transmitía desde el Coliseo Amauta, un estadio limeño con capacidad para 20 mil personas, al que por fin de semana se acercaban unos 5 mil asistentes. Desde sus hogares, lo veían, según cifras del canal, unos 8 millones de espectadores.

Cada emisión contenía juegos por equipos (quienes ganaban se llevaban el célebre cono de Nubeluz, lleno de dulces y sorpresas), un tema especial por día, videoclips, dibujos animados, invitados y las canciones, algo que se destacó con los años del programa por su contenido educativo. Entre tantas, estaban la recordada Papi deja de fumar, para combatir el tabaquismo, Vamos a hacer deporte, para promover la vida saludable, o Cuidado, para proteger la integridad física de los niños.

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“Yo quiero ser”, otra de las canciones emblemáticas de “Nubeluz”

Las dalinas animaban todo con alegría. “Mónica y Almendra no le hablaban a una cámara, le hablaban a un niño. Trataban de romper esa distancia que hay entre una animadora, la cámara, el televisor y el espectador para llegar a entrar al hogar de esas personas”, señaló en una entrevista televisiva Joaquín Vargas, director artístico del ciclo.

“Mónica era más joven que yo, era muy bromista y más atrevida, más aventada. Yo era la buena, la dulce, la tranquila”, señaló por su parte Gomelsky a Panamericana Televisión.

Al poco tiempo Nubeluz trascendió las fronteras de Perú y se internacionalizó. El programa se vio en toda América Latina y comenzaron a hacer giras. En la Argentina lo emitió Canal 9 a partir de 1991, con buena repercusión los fines de semana.

“Hemos llenado estadios en todos lados, en lugares enormes hemos tenido que bajar de helicópteros”, apuntó en esa entrevista televisiva Almendra, al recordar aquellos días de gran furor.

Para 1993 Nubeluz era una marca registrada, una empresa próspera con oficinas en Miami, Estados Unidos. Había merchandising de todo tipo, discos, una revista. Y también se inició el proyecto de una versión de Nubeluz grabada directamente en inglés, con dalinas y participantes que manejaban correctamente el idioma.

Mientras tanto, fueron convocadas más conductoras: en 1992 se sumó Lilianne Kubiliun, una joven peruana que residía en Miami, cuando Mónica Santa María se tomó una licencia temporal. Poco después también apareció Xiomara Xibile, más conocida como Xiomy por el público, que ya participaba del programa como asistente de las dalinas. Cuando Mónica se reincorporó, el programa llegó a tener cuatro conductoras.

Las giras, cada vez más extenuantes, seguían y también la posibilidad de agrandar la franquicia: llegaron a grabarse capítulos doblados al chino. La fiesta parecía no tener fin. Hasta que la tragedia impactó a quienes integraban Nubeluz y nada volvió a ser igual.

MUERTE Y DOLOR

El 14 de marzo de 1994 una noticia de gran impacto conmocionó a toda América Latina: aproximadamente a las 8 de la mañana, se encontró el cuerpo sin vida de Mónica Santa María en su departamento del exclusivo distrito de La Molina, Lima. La joven, que entonces tenía 21 años y se encontraba en la cúspide de su carrera, se había quitado la vida y yacía sobre su cama.

Durante las primeras horas se especuló con que su había tratado de una muerte accidental hasta que la investigación final concluyó que se había tratado de un suicidio.

Con el paso de las horas, la prensa internacional habló de una discusión en público pocos días antes con quien hasta ese momento había sido la pareja de la conductora, Constantino Heredia, más conocido como Tino; la ruptura de un compromiso de boda, el consumo de pastillas y todo tipo de tranquilizantes, un tratamiento psiquiátrico en los Estados Unidos, un arma robada a Heredia por parte de la “dalina pequeña”, como la llamaban.

El público lloraba sin consuelo a aquella joven que los había animado todos los fines de semana.

Tal como reconstruyó el diario peruano El Comercio al recordar un aniversario del fallecimiento de Santa María, “cuando el éxito y, al parecer, el amor le sonreían, la noticia de su muerte producto de un balazo que ella misma se habría disparado —de acuerdo con las conclusiones de la policía— en su departamento en La Molina, no solo dejó devastados a sus familiares y amigos, sino que también desbarató la nube ideal adonde se transportaban los niños del Perú y Latinoamérica a principios de los 90”.

“A pesar de la versión oficial, muchos fanáticos de la eterna dalina prefieren creer que no se trató de un suicidio, sino de un asesinato. Para ellos, no es posible que aquella muchacha —que en una de sus últimas entrevistas confesó que para sentirse plenamente realizada le faltaba casarse y soñaba con tener bebés— pudiera irse y dejarlos sin la luz que irradiaba su contagiante sonrisa y sus expresivos ojos azules”, detalló el diario peruano.

Para quienes hacían Nubeluz, la muerte de Mónica cambió para siempre sus días. Xiomy y Almendra continuaron con algunas giras y el programa emitió grabaciones para homenajear a la conductora fallecida. A la dalina Lily, en tanto, se le hizo imposible continuar y prefirió volver a los Estados Unidos.

En 1995, el programa intentó con una nueva temporada y una nueva dalina, pero ya no tuvo la repercusión esperada. Almendra renunció a mitad de año y Xiomy poco después.

ANIVERSARIO Y REUNIÓN

Nubeluz, que fue el programa de televisión peruano con mayor proyección internacional de todos los tiempos, quedó impreso en la memoria de sus seguidores.

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“Que siga la fiesta”, de Nubeluz

Al cumplirse 25 años de su debut, y a partir de una intensa campaña en redes sociales, se anunció una especie de gira que contaría con las tres dalinas originales del programa, Almendra, Xiomy y Lily, además de bailarines y parte del elenco histórico del ciclo.

El reencuentro finalmente se concretó en 2016, e incluyó una presentación en vivo en Lima y gira por otras ciudades peruanas. Hubo cíndelas, gólmodis, coreografías, música. Por un rato, el mundo glúfico volvió con toda su potencia, con su lenguaje particular, con su “grántico, pálmani, zum”, con esa canción que decía “fuera la tristeza, que venga la alegría”. Con la levedad de una nube.